El pintor y la dama de Sanctipetri

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Estoy ansioso y nervioso. Acabo de llegar a Chiclana, un pueblecito de Cádiz. Me hablaron de un lugar mágico y a la vez interesante. El Poblado de Sanctipetri. Hace unos años era una almadraba, donde en sus casitas vivían sus trabajadores, gente muy humilde y luchadora. Quise plasmar en mi lienzo esa belleza en bruto, pero, cuál fue mi decepción cuando llegué al ver que aquellas casas que me describieron, tan blancas por la cal que sus habitantes siempre estaban dispuestos a mantener, las macetas con sus plantas de mucho colorido en la primavera que adornaban las paredes dando un toque pintoresco al lugar. Sus habitantes que a veces se sentaban junto a la puerta de sus casas para tener una amena conversación mientras los pequeños jugaban con un balón o con las canicas, o unas niñas que se divertían jugando al elástico. El caño llamado como su poblado, lo rodeaba, dejando solamente una carretera de zahorra para que sus habitantes pudiesen comunicarse con el pueblo de Chiclana. Un pequeño puerto donde antes atracaban los barcos cargados de oro sacado del mar, ese oro en forma de atún. Comprendí que había pasado muchos años, ya que fue abandonado en 1973. Mi maletín con mis pinceles y pinturas cayeron de mi mano, mis ojos no pudieron soportar la cruda realidad y la decepción y dolor se convirtieron en lágrimas que se desbordaba por mi rostro. Anduve por esas calles desoladas como un zombi, mirase a donde mirase no quedaba nada de esa hermosura del pasado. Solo casas derruidas y llenas de basuras eran testigos de mi desconcierto. Llegué al centro del pueblo donde se supone que había una plazoleta y una pequeña capilla, solo quedaban escombros. Con mi maletín aun en la mano comencé a girar sobre mí, veía tristemente un desagradable escenario. Puse el maletín en el suelo con cuidado, caí de rodillas ¿cómo describir tanta desilusión? Pero, no comprendí lo que me pasó en esos momentos. A pesar del calor tan sofocante un aire frío me acarició el rostro, sorprendido me puse de pie mientras me tocaba la cara. Esa emanación de aire parecía jugar con migo, miraba a mi alrededor, pero nada se movía, solo mi camiseta y mi pantalón corto. Mi corazón dejó de estar triste, abrí mi maletín alentado por algo misterioso y lo preparé todo, algo me decía que debía pintar el alma de aquel lugar. Allí se respiraba magia, encanto y misterio. Mi brocha se movía sola, mi alma disfrutaba de cada pincelada, pero algo extraño comenzó a suceder, no solo pintaba esa plazoleta y capilla con esas casitas tan coquetas, una silueta iba tomando forma, no lo entendía, allí no había nadie, solo yo, el sol me iba avisando que la tarde se aproximaba, pero no podía dejar de pintar, el color azul del cielo solo con una pequeña nube tímida, la blancura de las paredes tan deslumbrante, las macetas con sus geranios rojos bordeando las casas, gaviotas surcando el cielo, dos perros jugueteando mientras un gato atigrado intentaba dar caza a un ratón. Todo ello se plasmaba cobrando vida en mi mente, la silueta iba tomando forma y color, mi corazón palpitaba al ir descubriéndola, Sus cabellos rizados marrón oscuro se movían con el viento, aquellos ojos tan expresivos y profundos me miraban fijamente, sus labios sonrosados me sonreía, su hermosura típica andaluza me embriagaba, no podía dejar de pintar, necesitaba descubrir quién era esa mujer, su vestido cubriéndole las rodillas bajo ese delantal blanco, se movía juguetón al compás del viento, sus pies desprovisto de zapatos parecían flotar sobre el suelo. La noche calló sobre mí como un jarro de agua fría, el sonido del mar que me rodeaba se oía más fuerte. No podía creerlo, pero no podía seguir pintando, debía volver al pueblo, saqué mi mechero y lo encendí, quería echarle un último vistazo. Allí, tras la lumbre del mechero, seguía viéndola, su rostro, su cuerpo, pero aún no estaba acabado. El viento sopló juguetón apagando esa pequeña llama, y lo único que pude decir es que lamentaba marcharme, pero algo extraordinario y a la vez inusual me sucedió. Sobre el cielo negro como el azabache se alzó majestuosa la luna, su luz igual que un gran foco alumbraba solo el cuadro y sonriendo agradecí ese milagro. Por fin terminé mi obra, respiré aliviado, lo había conseguido, la luna seguía mostrándome la belleza que mis manos habían creado, mi corazón palpitaba a mil por la emoción mientras una lágrima se columpiaba por mi mejilla siendo frenada por mi barba rasurada. Mientras miraba embobado la hermosa mujer y me preguntaba ¿quién podría ser? su silueta comenzó a cobrar vida, se me fue acercando alzando su brazo hacia mí, lo extraño es que no sentía miedo, todo lo contrario, estaba encandilado. Su mano salió del cuadro invitándome a que la siguiera. Sonreí y acepté. Me vi junto a ella, agarrado de su mano, no podía apartar mi mirada de sus ojos y de sus labios que me sonreía dulcemente. A nuestro alrededor el poblado tenía vida, sus habitantes caminaban bajo la luz del sol, el sonido del mar que nos rodeaba se oía como un hermoso susurro, el olor típico de aquella zona, ese olor característico a sal, todo era como un sueño, pero la estrepitosa campana de la capilla comenzó a sonar avisando de que los barcos cargados de esos hermosos animales llegaban. Ella sin soltarme me llevó hacia el pequeño puerto para recibirlos, y allí, entre la multitud, dimos la bienvenida a aquellos pescadores que habían estado mucho tiempo en alta mar. Allí nos volvimos a mirar a los ojos y de sus labios por fin pude oír -Te he estado esperando. No sabes cuanto te he echado de menos. Solo pude pensar en besarla y mi mente recobró recuerdos de un tiempo atrás.


Amaneció en el poblado, una pareja de la guardia civil caminaba por esas calles destrozadas y abandonadas por el tiempo y por los habitantes de Chiclana. Miraban resignados las casas, algunas derrumbadas por la dejadez, temían que algún delincuente andase por aquellos lugares. Los dos llegaron a lo que un día fue una plazoleta y sorprendidos descubrieron un caballete sujetando un cuadro, junto a él un maletín abierto con la paleta y brochas sucias de pinturas. Extrañados observaron el cuadro, el lienzo mostraba una imagen: el poblado en sus mejores tiempos y una pareja de enamorados abrazados y unidos por un beso. Desde entonces ya no se vio al pintor, ni tampoco volvió a vagar el espíritu de aquella mujer que habitaba en las casa derruidas.

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