Francisco Camacho y Vivar

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Francisco Camacho y Vivar (Jerez de la Frontera, 3 de octubre de 1629 - †Lima, Perú, 23 de diciembre de 1698). Religioso.

Biografía

Fue labrador como su padre durante los primeros años de su juventud hasta que, voluntariamente o forzado de la necesidad u otras circunstancias, se alistó de soldado en el ejército, abandonando su hogar y su patria de nacimiento para no volver a ella más.

Participó en la Guerra de la sublevación de Cataluña (1640-1659). Contienda ésta conocida como el previo “Corpus de Sangre” o “Guerra dels Segadors” en la que debió intervenir antes, con apenas diez y ocho años, alistado en la tropas regulares de Felipe IV. Por las referencias que se conservan, estuvo presente en la defensa del sitio de Lérida contra la ofensiva del General francés Harcourt, hechos ocurridos en 1646, a las órdenes del gobernador Brito.

Se enrola en las galeras de España en los puertos de Cartagena, Gibraltar y Cádiz. En este último le aconteció un suceso desgraciado que puso su vida a las puertas de una muerte afrentosa. Se sabe que estuvo sentenciado a muerte y al pie de la horca, aunque se desconocen los motivos. Por intercesión de un caballero que se desconoce le fue dispensada la sentencia y puesto en libertad.

Se embarca en el patache “Margarita”, navío de la carrera de Indias, con plaza de sargento, con destino a Cartagena de Indias, ciudad en la que enferma y cura en el Hospital que la Orden de San Juan de Dios regentaba allí.

Liberado del servicio de las armas y recuperado de la enfermedad, penetra en el reino de Nueva Granada y en la provincia de Quito. Desde allí se dirige a la ciudad de Lima y se emplea de administrador en la Hacienda de Copacabana. Durante tres años permanece como gestor en el valle de Carbaillo.

Recorre las provincias de Bombón, Nuevo Potosí y Conchucas. Su nombre llega ser conocido en toda la zona como el valiente de Copacabana.

Cuentan las crónicas que, llegado Camacho a Lima, se hospedó en una de las hosterías existentes en la plaza del Mercado o “Baratillo”. Es tradición que fue aquí favorecido por Dios con los primeros preludios de su futura conversión. Estando durmiendo una noche, despertó repentinamente, sintiéndose herido de un vehemente temor que le hizo salir precipitadamente al patio, donde vio una columna resplandeciente en el aire, tan cerca de la tierra que pensó poderla coger con las manos, pero no pudo porque se le huyó.

Era éste, sin duda, el presagio de su encuentro con quien hacía de la plaza del “Baratillo” escenario de evangelización y predicación, alguien que sería catalizador y guía de la profunda transformación que iba a sufrir Camacho, el padre jesuita Francisco del Castillo.

Muy pronto se le comenzaron a manifestar los favores del cielo. La primera vez ocurrió en la catedral primada de Lima ante el altar de la Virgen de la Antigua. No le era desconocida esta efigie mariana, más aun, formaría parte de la educación iconográfica que habría recibido en Jerez en su primera juventud.

Dice la historia que Camacho recibió en visión la visita de San Juan de Dios del cual recibiría el consejo de no extremar por contento aquel castigo de azotes. Por todo lo ocurrido solicitó, de nuevo, el consejo del P. Francisco del Castillo.

Habiendo acudido éste y admirado el maestro de la docilidad y humildad del, en otro tiempo, llamado el valiente de Copacabana, le ordenó que cesara en su devoto fingimiento y lo emplazó a una entrevista en la casa profesa de los Desamparados en donde se trataría de lo más acertado para su servicio religioso.

Obedientes - no sin recelo- los enfermeros de dar libertad al fingido loco por orden del P. Castillo, se aprestaron a ponerla en práctica. Causaba admiración contemplar cómo aquel que fuera una furia horas antes no sólo se alegraba de su recobrada libertad, sino que con toda solicitud se convertía en ángel consolador y cuidador de los enfermos. Camacho se movía allí como si aquel hubiese sido siempre su centro natural.

Transcurrido el año de noviciado, el jerezano formuló los votos de pobreza, castidad, obediencia y hospitalidad. Era el día cuatro de octubre de 1664, a los treinta cinco años de su edad, siendo General de la Orden Fr. Fernando de Estrella y comisario de la provincia Fr. Juan Ferrior.

Se le destinó a limosnero para el mantenimiento de los pobres convalecientes del hospital, ocupación que ejercitó hasta su muerte, por espacio de treinta y cuatro años. En este oficio, según palabras de la época, fue un jornalero fiel y puntual que proporcionaba a su convento cada año 5.000 pesos de limosnas para el sustento de los pobres. De manera que en todos los años que fue limosnero percibió su convento más de 90.000 pesos, excluyendo, además, el costo de una enfermería aseada y espaciosa, con treinta y seis camas que “más parecía hospicio de ángeles que hospitalidad de pobres”. Recinto del que no excluyó la adecuada decoración, haciendo pintar sus paredes con escenas de la vida del Patriarca San Juan de Dios.

Su actividad evangélica no se limitaba a esta única ocupación, recorría-además- la ciudad en ayuda de los necesitados y las horas que podían ser de asueto o descanso las empleaba en la oración y penitencia.

Está considerado parte esencial del entramado antropológico social peruano del que forma parte junto a otros santos, beatos y venerables, tales como San Martín de Porres, V. Alfonso Massía o Santa Rosa de Lima, de la que fue muy devoto.

Fue nombrado Venerable.

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