Lorenzo Armengual y de la Mota

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Nombre

Lorenzo Armengual y de la Mota

Fecha de nacimiento

1663

Lugar de nacimiento

Málaga

Fecha de fallecimiento

1730

Lugar de fallecimiento

Chiclana de la Frontera

Ordenación

Obispo desde

1717

Obispo hasta

1730


A mediados del siglo XVII vivía en Málaga un matrimonio de modestos pescadores, oriundos de linajudas familias que por azares de la vida habían descendido en la escala social. José Armengual y Teresa de la Mota habitaban una pobre vivienda del barrio de Los Percheles, en el confín norteño, cerca de las riberas sedientas del Guadalmedina.

En su misma generación tenían familiares que conservaban todavía la posición de sus mayores, ya que un hermano de José era coronel de Infantería.

El matrimonio tenía varios hijos. El que va a ocupar nuestra atención, se llamaba Lorenzo -aunque posteriormente, al hacerse su biografía, algunos autores le llamaron Laureano-, y nació en una casucha que daba a la calle que hoy se llama del Obispo, el 24 de octubre de 1663, muy cerca de un lugar que se denominó Huerta del Obispo. El 5 de noviembre fue bautizado sin solemnidad en la Iglesia Parroquial de San Juan.

José Armengual -hemos dicho que era pescador- trabajaba en la traída de pescado, que vendía al público, pregonándolo por las calles. Lorenzo ayudaba a su padre en la venta callejera, voceando su mercancía.

Don Antonio Ibáñez de la Riva Herrera, natural de Solares (Santander), canónigo de la catedral de Málaga, paseaba una tarde de primavera por la playa de San Andrés cuando se encontró con el pequeño vendedor ambulante, cesta al brazo con su plateada mercancía, que le ofreció. Aceptó el canónigo atraído más que nada por el pobre aspecto de Lorenzo, y pidió al muchacho que llevara la compra que le había hecho a su domicilio de la plaza de la Merced.

Lorenzo tomó nota del cliente, que fue asediado varias veces más por el pescadero. Una vez efectuada, la compra era llevada por Lorenzo a la casa de la plaza de la Merced, que ya se le hizo familiar.

Un día Lorenzo fue a casa del canónigo acompañado de otros mozalbetes de su edad. El canónigo los recibió y les dijo: Necesito un mandadero, y escogeré al que supere la prueba que les voy a poner. Le dio a cada uno un tejo metálico y les señaló un punto, donde era verdaderamente difícil hacer blanco. Los muchachos eran unos veinte. El que acierte más veces, ese será el mandadero. Arrojaron los críos los tejos con desastroso resultado: ninguno hizo blanco. Los despidió el canónigo hasta el día siguiente, para una segunda vuelta. Pero sólo volvió Lorenzo, los demás se desanimaron al ver lo difícil de la prueba. Cuantas veces lanzó el tejo dio en el blanco. Sorprendido el canónigo le preguntó qué había hecho, contestándole Lorenzo que había estado ensayando el tiro toda la noche, porque necesitaba colocarse para ayudar a su familia.

Para la pesca mayor, con frecuencia salían del puerto malacitano barcazas con rumbo a Guinea. Lorenzo y su padre se embarcaron en una. En alta mar les sorprendió una tormenta cerca de un escarpado acantilado. A pesar de los enormes esfuerzos de los tripulantes, éstos no pudieron evitar el choque contra un escollo. Echan al mar los salvavidas, pero el empuje de las olas los arrastra. En tan angustiosa situación propuso el patrón que alguno se ofreciera para, saltando al agua, amarrado por una soga a la cintura, tratar de arribar a la costa, y afirmarla allí, a fin de que los demás se salvaran. Todos se miraron con temor, pero nadie se decidía.

Lorenzo gritó entonces: Patrón, no exponga la vida de esos hombres, que tienen familia. Ya haré por llegar a la costa y salvar a todos. Echóse, pues, al agua el valiente grumete y desapareció en la noche. A los pocos minutos, sobre las bravías olas destacóse un punto negro que trabajosamente avanzaba hacía la costa. La soga se iba tensando poco a poco. Unos tirones fueron la señal de haber arribado. Gracias a la sangre fría de Lorenzo se habían salvado.

El padre de Lorenzo, que había negado al canónigo que se quedase definitivamente a su servicio, ablandó la testarudez de su negativa y el chico fue a vivir con su protector.

Aunque al principio se mostraba rudo y desaplicado, estimulado por su bienhechor llegó a vencer los hábitos de la inercia y pronto se descubrió en él una viva inteligencia. El mismo le enseñó los primeros rudimentos. Le puso un profesor de latín y le preparó para estudiar filosofía.

En 1685, teniendo Lorenzo veintiún años, fue su protector presentado por Carlos II para obispo de Ceuta. Dos años más tarde fue promovido al Arzobispado de Zaragoza, muriendo en 1710, cuando, propuesto para arzobispo primado de Toledo, esperaba las bulas pontificias.

A estas localidades le acompañó Lorenzo, que estudiaba filosofía, teología y ambos derechos -canónico y civil-, que le capacitaron para ocupar altos puestos en la jerarquía civil y eclesiástica.

Lorenzo fue ordenado sacerdote en Zaragoza, donde recibió el grado de doctor en cánones el 6 de enero de 1694. Mereció la confianza del señor arzobispo durante los dieciocho años que permaneció a su lado, ocupando los puestos de visitador y vicario capitular. Además fue nombrado abad de San Mamés, en Galicia, y canónigo de la S. I. C. Metropolitana de Santiago de Compostela.

Para ser auxiliar de su protector, fue consagrado obispo con el título de Gironda in partibus infidelium.

Armengual permaneció en Zaragoza hasta el año 1705 ejerciendo su ministerio episcopal y siendo admirado por todos por sus virtudes, beneficencia, sabiduría y prudencia. En ese mismo año pasó a Madrid en calidad de gobernador del Consejo Real de Hacienda, puesto a que le había elevado el rey por sus aptitudes. Eran aquellos momentos difíciles. La política, durante el reinado de Felipe V, estuvo erizada de espinas. Los primeros años del siglo XVIII vieron desarrollarse graves y trascendentes sucesos: la instauración de la dinastía borbónica; la guerra de sucesión al trono; las intrigas de Luis XIV para dominar nuestra política; las ambiciones de los advenedizos; los planes de parte de la nobleza para engrandecerse a costa de todo; el malestar popular; el agotamiento del erario público, etc.; todas estas circunstancias hacían que la situación fuese muy delicada y exigía en los altos cargos públicos personas de gran capacidad, prudencia y firmeza de carácter.

El señor Armengual examinaba la difícil situación con espíritu noble y leal de servicio al monarca, al que como rey debía obediencia.

La paz de Utrecht, firmada el 11 de abril de 1713, que rubricaba la guerra de sucesión, legalizó el desmembramiento de la monarquía española, que se dividía en aras de la paz y en provecho de los ambiciosos pretendientes. Todo ello debió de menoscabar el valeroso ánimo de Armengual.

1714 era año de guerra para dominar a Cataluña. Armengual ocupa a la sazón el cargo del Despacho Universal, e interviene en la contienda.

Por la competencia y habilidad extraordinarias que demostraba, le fueron confiados otros altos cargos. Además de gobernador del Consejo Real de Hacienda se le confirió en 1707 el de consejero real y camarista del Supremo de Castilla, así como el de superintendente general de la Real Hacienda, con intervención en todas las comisiones de trascendencia de que estaban encargados diferentes ministros de todos los Consejos.

Cuando Felipe V hubo de elegir cuatro secretarios para el Despacho Universal, uno de ellos fue Armengual, a quien a la vez le encomendó la presidencia del Consejo de Hacienda. O sea que hasta 1717 ocupa la Real Hacienda y los cargos de consejero y camarista del Supremo de Castilla.

Aún le fue otorgado un nuevo título a Don Lorenzo Armengual. Felipe V le concedió en 1716 el de marqués de Campo Alegre, en atención a los eminentes servicios prestados a la Corona.

Quizá pueda pensarse que era apetencia de cargos lo que le dominaba. Nada más lejos de la realidad. El motivo radicaba en que, por sus excepcionales dotes, era en aquellos delicados momentos la persona más idónea para desempeñarlos. La situación difícil de la economía y de la política de la España de aquellos tiempos así lo exigía.

En premio de los eminentes servicios prestados. el rey propuso a Armengual para obispo de Cádiz, propuesta que aceptó el Papa Clemente XI en mayo de 1715. Sin embargo, debido a los altos cargos que ocupaba y que, dada la situación, no podía dejar por el momento, no tomó posesión del obispado hasta el 22 de febrero de 1717. Fue el trigésimocuarto obispo de la diócesis gaditana. Ya por aquel año de 1717 residían en Cádiz los Tribunales de la Casa de Contratación y el Consulado de Sevilla. Cádiz era por entonces el único puerto para el comercio de Indias. La traslación del comercio de Indias a Cádiz produjo a esta ciudad grandes ventajas, que también resultaron en provecho del comercio en general, comercio que se debió a la iniciativa de don Andrés de Pes -que había sido gobernador del Consejo de Indias- y a su dedicación en la Secretaría de Despacho de Marina e Indias.

El decreto de Felipe V de 12 de mayo de 1717 fue una atinada resolución al establecer dicho comercio en Cádiz, pues con él se ponía fin a las indecisiones que existían desde el siglo XVII sobre los puertos adonde habían de entrar o de donde debían de salir los galeones de aquella carrera. Ya en 1655 se había dispuesto que las flotas viniesen a Sanlúcar de Barrameda, por haber en esta población menos riesgos que en el de Cádiz de posibles enemigos. Así es que unas veces las flotas arribaban a Cádiz y otras a Sanlúcar, hasta que Cádiz quedó con el comercio de Indias, con cierta dependencia de la Casa de Contratación de Sevilla.

Por esta época empezó a funcionar el Arsenal de la bahía de Cádiz, que en el año 1716 se había establecido para barcos de pequeño tonelaje cerca del puente Zuazo y que en 1724 se trasladó a La Carraca por iniciativa de Patiño, ya que éste era el lugar más apropiado para la construcción de navíos de mayor calado.

En 1729, en compañía de Patino, visitaron los reyes la Isla de León y el Arsenal para asistir a la botadura del navío Hércules, de 70 cañones, primer buque construido en dicho arsenal militar.

Debido al desarrollo comercial de Cádiz, se proyectó la construcción de una catedral.

La idea se debió al canónigo don Juan de Zuloaga. El obispo Armengual la acogió con mucho agrado. El día 3 de mayo de 1722, día de la Invención de la Santa Cruz, colocó la primera piedra. Varios arquitectos intervinieron en las obras, que por diversas razones estuvieron paralizadas desde 1796 hasta 1835, en que fueron impulsadas por otro obispo destacado de la diócesis gaditana, el benedictino fray Domingo de Silos Moreno, quien la consagraría solemnemente el 28 de noviembre de 1838, cuyo monumento se conserva en la plaza de Pío XII, donde está enclavado el templo catedralicio gaditano. Para la obra de la catedral donó importantes cantidades el Tribunal del Consulado. Anteriormente, en tiempos de Alfonso X el Sabio, fue catedral gaditana la iglesia de Santa Cruz. Destruida por los ingleses en 1596, fue erigida de nuevo, terminándose las obras en 1602. Durante algún tiempo hizo las veces de catedral la iglesia de San Juan de Dios.

Pero aún no habían cesado para el señor Armengual las cargas y responsabilidades. La creación, por entonces, de ejércitos permanentes hizo pensar en la necesidad de regularizar la dirección religiosa militar. En aquellas circunstancias se vino a la conveniencia de establecer los vicariatos en los lugares donde existían contingentes de fuerzas militares.

En 1705 había sido nombrado por Felipe V vicario general de los Ejércitos de Mar y Tierra don Carlos Borja Centelles y Ponce de León, arzobispo de Trebisonda (Turquía asiática), quien posteriormente sería designado cardenal.

Con relación a la Armada es indudable que Cádiz reunía todas las condiciones para que la alta regiduría de los servicios eclesiásticos castrenses se vinculara a dicha ciudad.

Así, pues, el primer nombramiento de vicaría general fue conferido en 1695 a don José de Barcia y Zambrana, canónigo de Toledo y por aquel entonces obispo de Cádiz, al que sucedió fray Alonso de Talavera, de la Orden de las Jerónimos. El 16 de abril de 1717 recae el nombramiento de vicario general de la Real Armada del Mar Océano y capellán de S. M. en el obispo Armengual, que ya lo era de Cádiz desde un par de años antes. El último de los obispos que por aquella época -1731- ostentaría dicha cargo castrense fue el célebre dominico, bienhechor de la naciente población de San Fernando, fray Tomás del Valle.

Como obispo de Cádiz construye Armengual a sus expensas, en 1723, la iglesia de San Lorenzo, en el barrio del mismo nombre, que en aquellos tiempos era de pescadores, siendo consagrada por él en 1 de agosto de 1729. En esta época había crecido mucho la población gaditana por su zona del poniente. En Algeciras fundó también una iglesia para servicio de los pescadores.

En su testamento dejaba una obra pía para ayuda de los necesitados de Cádiz. En Zaragoza fundó un montepío, que dotó con el capital proveniente de sus rentas de presidente del Supremo de Castilla. En Málaga dejaba otras dos obras pías, una en la capilla de Nuestra Señora de la Antigua y otra en la iglesia de San Pedro, del barrio de los Percheles. Dejó, además, otros legados para diversos fines caritativos.

Falleció en Chiclana de la Frontera, pueblo de su diócesis, el 15 de mayo de 1730. Algunos biógrafos señalan erróneamente que murió en 1722. Según dispuso, su cadáver fue trasladado al palacio episcopal y al día siguiente fue enterrado en la bóveda de la capilla mayor y presbiterio -al pie del altar mayor- de la iglesia de San Lorenzo, por él fundada. En dicha iglesia -hoy parroquia- hay un gran cuadro con la figura del obispo y una inscripción que dice: Don Lorenzo Armengual y de la Mota, natural de Málaga, canónigo de la S. I. C. Metropolitana de Santiago. Visitador y vicario general del Arzobispado de Zaragoza, consejero real y camarista de Castilla, presidente del Consejo Real de Hacienda, superintendente general del mismo Ramo y del Despacho Universal en el Real Gabinete, consejero del Consejo de Estado. El Ayuntamiento de Cádiz dio en 1855 a la calle que corre al costado de dicha iglesia el nombre de Armengual. Antes se llamó del Sol. Se da el caso curioso de que existiendo en Cádiz varias calles dedicadas a prelados insignes que rigieron aquella diócesis, sólo ésta expresa nada más que el apellido, sin consignar su condición de obispo.

Si la sociedad, los hombres de gobierno, los educadores y los ciudadanos en general se hubiesen preocupado por los muchachos superdotados en talento o cualidades humanas, hubiese habido en España muchos Armenguales que habrían sido grandes valores.

¿Qué hubiese sido aquel humilde muchacho de no tener la suerte de ser protegido? Un pescador noble, valiente y de buen corazón; pero se hubiese malogrado un talento de cualidades excepcionales para la Patria, como tanto otros que no tuvieron la fortuna de encontrar la mano que les ayudase y pasaron totalmente desapercibidos para la Humanidad.

Gracias a Dios, los tiempos han cambiado. Los métodos modernos de ayuda para acceso a los medios intelectuales a los que carecen de recursos salvan en gran número esas tristes situaciones que inexplicablemente han durado casi veinte siglos de la Historia.

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