La Explosión de Cádiz - 1947

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El 18 de agosto de 1947 estalla un polvorín militar donde se almacenaban unas 1.600 cargas explosivas pertenecientes a la Guerra Civil Española y a la Segunda Guerra Mundial, compuesto por minas antisubmarinas, cabezas de torpedo y, en su mayoría, cargas de profundidad. Salvo 491 de ellas, que por circunstancias no aclaradas, quedaron intactas y no explosionaron, las restantes reventaron prácticamente al unísono, provocando la mayor catástrofe gaditana de la que se conserva memoria después del maremoto de 1755. En ella perecieron, oficialmente, 152 personas, y resultaron heridos un número sin determinar pero que asciende sin lugar a dudas a más de 5.000 heridos, dejando decenas de mutilados.

Las bombas llegaron a Cádiz en el año 1942 procedentes de Cartagena y fueron estibadas en dos almacenes próximos entre sí en las instalaciones de la Base de Defensas Submarinas de la Armada, sede también del Instituto Hidrográfico de la Marina. Durante el traslado ya se observaba que el estado de las mismas era a todas luces preocupante, pues su aspecto exterior evidenciaba un gran deterioro, con pérdida de materia y exudación. El peligro que suponían era tan palpable que no existía un arsenal lo suficientemente amplio y seguro donde guardarlas. Como mal menor se decidió su traslado desde el puerto de Cartagena hasta Cádiz, donde debían aguardar a la adecuación de unos terrenos adquiridos en la Sierra de San Cristóbal, que era una zona de cuevas artificiales originadas por prospecciones mineras situada cerca de Jerez de la Frontera. Ese lugar se llamaba o se llamaría "Rancho de la Bola". Pero durante su permanencia "provisional" en un lugar como Cádiz, que no reunía condiciones para tal fin, y que se prolongó durante cinco años aconteció la tragedia.

Eran las diez menos cuarto de la noche del 18 de Agosto de 1947. El reloj del Ministerio de la Gobernación llevó por los receptores de radio, hasta los gaditanos, el sonido pausado de la segunda campanada. La ciudad se iluminó con un resplandor rojo vivísimo. De la bahía una inmensa columna de humo se abrió sobre el cielo sin luna de aquella noche trágica y un horrible estampido atronó el espacio. Se sintió una trepidación violentísima, a manera de seísmo. Una deflagración provocada por unas 300 toneladas de trilita que ensordeció y aterrorizó a la población, destruyó todos los cristales de las casas y asoló zonas densamente pobladas, causando la muerte de un centenar y medio de habitantes, decenas de mutilados y miles de heridos de diversa consideración.

La onda expansiva impactó de una forma directa y extremadamente violenta contra los barrios próximos de San Severiano, la Barriada España y Bahía Blanca, destruyendo además por completo los Astilleros de Echevarrieta y Larrinaga y el Hogar del Niño Jesús, donde las Hermanas de la Caridad cuidaban a decenas de niños asilados y expósitos, muchos de ellos huérfanos de padre y madre. Tras ellos, todo Cádiz sucumbió al estruendo.

Por entonces, la población de Cádiz ascendía a unos cien mil habitantes residentes en su mayoría en el casco antiguo de la localidad, separados del extrarradio, donde se originó la explosión, por el Frente de Tierra que afortunadamente pudo amortiguar el empuje de la onda, evitando así que los daños y las víctimas fueran mayores. El vergonzoso suceso cogió a todos por sorpresa aunque después se alzaron muchas voces, como suele ocurrir, vaticinando de manera tardía lo que acababa de acontecer. El propio alcalde, Francisco Sánchez Cossío, ignoraba la existencia del polvorín ubicado a unos quinientos metros de su Ayuntamiento, lo cual no deja de ser increíble no sólo por su cercanía, sino por cuanto su antecesor en el cargo, Fernando de Abarzuza y Oliva, presidente del consistorio entre 1940 y 1942, sí tenía constancia de la existencia del depósito de minas, habiendo incluso intentado por parte de las autoridades militares que lo trasladasen a otro lugar más apropiado.

La explosión

Una gruesa columna de fuego que se elevaba a considerable altura tiñendo el firmamento de un fuerte color anaranjado. La parte superior se transformó en un inmenso hongo del que brotaban miles y miles de partículas incandescentes. Simultáneamente trepidaron todos los edificios de la ciudad, absolutamente todos, y atronó el espacio una detonación seca y de tan enorme intensidad y resonancia que, según supimos después, fue escuchada en todos los pueblos comarcanos y otros de las provincias de Sevilla y Huelva. Las radios y la prensa nos dijeron después que habíase percibido, claramente, en Lisboa, causando en todas partes gran conmoción y alarma. Tal fue la fuerza de la expansión de los gases. Revista Brisas (Septiembre 1947)

La deflagración de 1.100 cargas de profundidad, minas antisubmarinas y cabezas de torpedo en el Almacén Nº 1 de la Base de Defensas Submarinas de Cádiz produjo un enorme hongo de humo y polvo, seguido de un enrojecimiento del cielo visible desde toda la Bahía de Cádiz, Huelva y algunos pueblos de Sevilla, y cuyo ruido atronador fue oído hasta en la propia capital andaluza. El fogonazo fue tan espectacular que pudo ser contemplado incluso desde el acuartelamiento militar español ubicado en el Monte Hacho (Ceuta).

De inmediato se fue la luz en toda la ciudad, enmudecieron las líneas telefónicas y se produjo el corte en el suministro de agua por daños en la tubería general de abastecimiento. Se sumaban, por tanto, a la desgracia la incomunicación con el exterior, la falta de visibilidad para las labores de socorro, la carencia de agua para apagar los numerosos incendios que devastaban los astilleros y los alrededores de la base militar y la descoordinación de quienes, evidentemente, no estaban preparados para una emergencia de tal envergadura.

En el momento en que tiene lugar la explosión no se sabe a ciencia cierta cuál puede ser la causa de ésta. Muchas fueron las hipótesis, al menos durante algunas horas: un fenómeno de la naturaleza tal que un meteorito (eso se pensó al otro lado de la Bahía), que había explotado un gasómetro de la fábrica del Gas, que hubiesen estallado los depósitos de la CAMPSA o quizás la santabárbara de algún buque de guerra surto en el puerto, tal vez los Astilleros o tal vez algún polvorín. En aquel momento nadie tenía entera seguridad sobre cuál fue el desencadenante de la tragedia (al menos, nadie que se hallase fuera del recinto de la Base de Defensas Submarinas).

El terror paralizó los ánimos, y ni siquiera se produjeron, en aquellos momentos casos de tribulación colectiva. Fue un momento de incomprensible serenidad. Así reaccionó Cádiz entero en aquellos minutos inmediatos a la explosión. Fue como una sensación de muerte. Una muchedumbre que no sabía lo que pasaba en aquellos instantes decisivos ponía sus esperanzas únicamente en algo sobrenatural que los salvase de perecer. Después, en la cerrada oscuridad de la noche, sin agua, sin medios de defensa, un horrible desfile, que sobrecogía el ánimo, de heridos que caminaban como autómatas, sin saber adónde. Y de vez en cuando, un nombre, el de una persona que en angustiosa interrogante se clavaba en el aire negro, lanzado por labios que llamaban a un ser querido.

Y luego, a las tinieblas de la noche, se unió el patetismo de los gritos de auxilio y la tarea macabra de extraer de entre los escombros, los cuerpos maltrechos, desfigurados, rotos en la placidez de su vida habitual, por un latigazo de destrucción que les arrojó a la muerte o les hizo prisioneros del dolor físico y mental.

Hubo como un crujir de cristales, ruidos de puertas, cierros y balcones, miradores que caen, muros que se desploman con estrépito, sepultando personas, destrozando enseres. Un gentío que corría despavorido por calles y plazas, pasado el primer instante de inconsciencia, atropelladamente, lanzando ayees de dolor, gritos de angustia, voces de socorro.

A la luz de los reflectores de los primeros coches y camiones que acuden en socorro de los heridos, sin saber siquiera dónde van, se ven caras ensangrentadas. El faro de un coche ilumina la terrible escena que ofrece un cuerpo muerto, junto al que llora una mujer y unos niños. Una luz de carburo a la puerta de un hospital guía los pasos de aquel otro hombre que lleva en los brazos, con un destello de esperanza, sin saber la triste realidad, el cadáver de su hijo.

Cádiz está sin comunicaciones telefónica, ni telegráfica. Las líneas han sido destrozadas. La tubería general del abastecimiento de agua también ha sufrido importantes averías. Y próximo al muelle pesquero, a la entrada del Barrio de San Severiano, como consecuencia de la terrible explosión, se han incendiado los talleres de los Astilleros Gaditanos de Echevarrieta y Larrinaga. Pronto son un ascua, aumentando la tragedia. Se forma en ellos otro gran incendio cuyas columnas de humo y fuego se divisan desde larga distancia.

Acuden fuerzas del Ejército, de la Marina, de Infantería de Marina, al lugar del siniestro, y comienza la penosa tarea, en medio de la oscuridad, que sólo a instantes rompen los haces de luz que lanzan los reflectores de los barcos de guerra surtos en el puerto, y algunos faroles de aceite, de extraer cadáveres de entre los escombros, en un afán generoso de salvar vidas.

Hay un depósito de bombas que puede estallar, que está en inminente peligro. Sus envolturas están ya calientes. Y aquellos hombres consiguen, en un esfuerzo sobrehumano y heroico, aislarlas evitando así la segunda explosión, que hubiese aumentado en proporciones definitivas para Cádiz la catástrofe que ha sufrido la Ciudad. El Alcalde de Cádiz, Don Francisco Sánchez Cossío, llegó a la Casa Consistorial diez minutos después de las 10 de la noche. Desde ese momento, en los portales del Consistorio Municipal se ha instalado el Cuartel General para la defensa de la Ciudad en peligro. Desde allí se cursan las órdenes necesarias. Enlaces establecen contacto con la Emisora Transradio para que lleven y reciban órdenes y peticiones de socorro y los mensajes de los que se aprestan a acudir en ayuda de Cádiz. Desde allí se disponen los primeros socorros al barrio siniestrado: médicos, ATS y elementos civiles son distribuidos.

El Almirante, Capitán General del Departamento Marítimo, Don Rafael Estrada, también está desde los primeros momentos en el lugar del siniestro, dispone lo conveniente, dentro de la esfera militar de su jurisdicción, para evitar mayores proporciones a la catástrofe, para socorrer a los heridos.

En el Gobierno Civil, el Gobernador interino Don Antonio Fernández Pernía recibe en aluvión el ofrecimiento de toda la Falange, que está allí, presta al servicio. El los envía al Alcalde que ha asumido la superior capitanía del elemento civil.

A las dos horas, empiezan a llegar los socorros de los pueblos y ciudades próximas. La noche es angustiosa. Nadie sabe las proporciones de la catástrofe, exactamente, nadie se imagina que es tan grande. Los ojos se dirigen al cielo como queriendo arrancar de él el primer rayo de luz de la aurora.

Primeras actuaciones

El enorme estruendo provocado por la deflagración movilizó inmediatamente a las autoridades militares, mandos intermedios y marinería del acuartelamiento afectado, que en ese momento se encontraban fuera de la instalación. La reacción espontánea e intuitiva de dirigirse todos al punto donde se originó la explosión evitó que el nivel de destrucción hubiera sido mucho mayor.

Pero la acción verdaderamente más memorable de la noche se debió a la actitud heroica de un militar de rango a cargo de una improvisada tropa de marineros de reemplazo que, a riesgo de sus vidas, evitaron la explosión del Almacén de Minas Nº 2 que, recordemos, no llegó a estallar, pues sólo lo hizo el primero. En dicho almacén, que albergaba unas 98.000 toneladas de trinitrotolueno (TNT), se había declarado un incendio cuyas llamas tocaban a una hilera de minas antisubmarinas que suponían riesgo de una segunda explosión. El entonces Capitán de Corbeta Pascual Pery Junquera junto a un reducido grupo de marineros consiguió extinguir ese incendio empleando para ello los propios escombros y la tierra en que se habían convertido las instalaciones militares. El hecho fue providencial, aunque su importancia se fue diluyendo con el tiempo ante la gravedad de semejante acontecimiento y la prioridad del estado español de acallar el asunto y minimizar su importancia por cuanto suponía de descrédito para el gobierno y el ejército. Mientras Pery se batía con el incendio, por las calles de Cádiz se iban voceando instrucciones a la población para que ésta, abandonando sus casas, se dirigiera hacia las playas cercanas ante la posibilidad de una segunda explosión que nunca tuvo lugar. Por último, y con el fin de asegurar el perímetro, voluntarios de casi todas partes colaboraron para desplazar un vagón de tren cargado de explosivos que estaba parado sobre las vías de la terminal de la estación en plena zona de riesgo. A pesar de las dimensiones y del peso del transporte y de la carga, consiguieron empujarlo con sus propias manos hasta dejarlo a la altura del Palacio de la Diputación Provincial. Poco antes de medianoche se había logrado conjurar el peligro y de forma inmediata comenzaron las labores de socorro.

Sin embargo, otros testigos aportan noticias contradictorias referentes a ese hecho. Según Micaela Cantero, hija del coronel Joaquín Cantero Ortega que en 1947 ocupaba el cargo de jefe del Polígono de Costilla, la antigua escuela de tiro. Recuerda la hija del militar que :

"La noche del 18 de agosto el Coronel Cantero estaba con su familia pasando la velada en la terraza del Hotel Playa, desde donde se escuchó la explosión. Al poco llegaría al Balneario un piquete de la Marina reclamando la presencia de Cantero Ortega en la Base de Defensas Submarinas, según lo ordenado por el Almirante Estrada. Hasta allí se trasladó con urgencia. El almirante Rafael Estrada le pidió que inspeccionase la zona atendiendo a que él es uno de los mejores balísticos del país. Mi padre reclamó una linterna y dos voluntarios y se dirigió hacia el almacén que no había estallado. Allí vio una bomba de reloj que estaba defectuosa, procediendo a apartar la espoleta y la pólvora guardada en la nave a fin de evitar nuevas explosiones, volviendo después ante el almirante y comunicándole que ya no había peligro de explosión. Al poco de terminar llegó Pascual Pery Junquera mostrando su intención de bajar al almacén número 2. A pesar de que mi padre le dijo que ya no hacía falta entrar, él siguió su camino. Pero lo verdaderamente cierto es que allí ni había fuego alguno ni se corría peligro de una nueva explosión tras la acción de mi padre".

Intervención

Sin los medios adecuados, sin coordinación, sin suministro de agua, luz ni teléfono, pero contando con una marea de voluntarios civiles y con el ímpetu de la solidaridad (que no sólo es cosa de hoy), comienzan los trabajos de rescate y asistencia a las víctimas. Con la ayuda de los brazos se empiezan a desescombrar los edificios colapsados, partiendo desde la Base Naval hacia el exterior, con especial prioridad hacia el Hogar del Niño Jesús. Los primeros auxilios sanitarios son coordinados por el Coronel Médico Ernesto Fernández. Hay cadáveres bajo los cascotes de todos los edificios y los heridos se van multiplicando.

Mientras por un lado se presta la ayuda sanitaria con prontitud, los bomberos tardan en llegar una hora al área del siniestro, teniéndose que emplear el agua de unos pozos existentes en Bahía Blanca. Los barcos de guerra surtos en el muelle, que ante la incertidumbre habían encendido motores para salir a alta, recibieron nuevas instrucciones y se aprestaron a ayudar orientando sus potentes reflectores hacia el lugar de la explosión.

Al no poder contar durante las primeras horas con energía eléctrica, resulta imposible transmitir ayuda a los municipios cercanos. Sólo gracias a una radio galena propiedad de Transradio Española se pudo oír desde Jerez la dramática petición de ayuda efectuada a las costeras. Fuerzas militares de Cádiz y San Fernando se fueron incorporando durante la noche y el día siguiente.

Las autoridades civiles tras los primeros momentos de desconcierto también comienzan a reaccionar. El alcalde, Francisco Sánchez Cossío, se desplaza hasta el Ayuntamiento y se establece allí un Puesto de Mando improvisado, convocando a todas las autoridades civiles y militares y a los cuerpos de seguridad. Como medidas urgentes se dispusieron guardias armados por varios puntos de la ciudad para evitar el pillaje, que no sólo se produjo sino que conllevó alguna que otra detención; de hecho hasta vinieron ladrones hasta de Jerez y Sevilla para saquear los restos de la explosión, principalmente en las casas de la clase social más elevada. Hubo incluso quien se llevó camiones enteros con piezas de mármol y tuberías de plomo de los lujosos chalets de San Severiano y Bahía Blanca. Del mismo modo se decidió que la prioridad, además de atender a los heridos y trasladar las víctimas mortales al cementerio, era el restablecimiento de los servicios básicos. A resultas de ello, el día 19 ya se había recuperado el suministro eléctrico. Otras medidas fueron las siguientes:

  1. Establecimiento de varias tomas de agua potable distribuidas por la ciudad para abastecer a la población
  2. Instrucción a los panaderos para que no abandonaran o interrumpieran su actividad
  3. Orden a los farmacéuticos para que no cerrasen sus comercios durante todo el día con objeto de suministrar a los hospitales y facilitar las curas de los heridos leves
  4. Tramitación de solicitud de ayuda externa y en especial de medicinas, personal sanitario, alimentos, agua y vehículos de todo tipo.

Crónica de las primeras horas angustiosas

Interrumpidas a raíz de la explosión los servicios de teléfonos y telégrafos, las Autoridades de Cádiz hubieron de utilizar los de Transradio Española para comunicar las graves noticias de lo ocurrido a otras ciudades en demanda de socorros, cada vez más urgentemente necesarios, puesto que Radio Cádiz había enmudecido a consecuencia de la falta de fluido eléctrico.

En la estación de Transradio se había constituido el Director y personal subalterno, quienes pusieron los importantes servicios de dicha estación a la disposición del Gobernador Civil de la provincia.

En dicha estación se personaron nuestras primeras autoridades, comenzando seguidamente las llamadas angustiosas, siendo la primera en acusar recibo de los mensajes la estación costera de Isla Cristina, a las 22:45 h, por mediación de la cual fueron informados los gobernadores civiles de toda Andalucía de la envergadura de la catástrofe y de la necesidad de enviar servicios de ingenieros zapadores, sanitarios y contra incendios.

Otras emisoras a la escucha

Por aquella emisora se supo en la estación de Transradio de Cádiz que otras estaciones costeras, como la de Ayamonte y Sancti Petri, el motovelero “Tío Pepe” de El Puerto de Santa María, Radio Jerez, Estación de San Carlos y costera de Huelva, habían comenzado a lanzar llamadas de socorro a las distintas capitales, estableciendo también comunicación directa la emisora de Transradio Española de Cádiz con el Ministerio de la Gobernación, Gobernadores Militares y Civiles de Sevilla, Málaga, Córdoba, Huelva y Gobernador Militar del Campo de Gibraltar, los cuales comunicaron muy pronto haber enviado con rumbo a nuestra ciudad, toda clase de socorros, de forma urgente.

Radio Jerez tuvo una labor fundamental, convirtiéndose en un auténtico puente por el que la capital pudo reclamar la ayuda urgente. Esta estación estaría emitiendo hasta primeras horas de la mañana del día 19. También Radio Córdoba, uno de cuyos redactores estaba casualmente en la Bahía, acompañando a un grupo de jóvenes excursionistas cordobeses, aportó noticias de primera mano, no sin antes solventar innumerables problemas técnicos para conectar con su emisora.

Salidas de Socorro

  • A las 22:45 comunica Isla Cristina a Cádiz estar ya perfectamente al habla con las Autoridades mencionadas.
  • A las 0:55 salieron de Sevilla, Ayamonte y Huelva los primeros socorros con material y personal de ingenieros y zapadores.
  • A las 1:25 salen de Algeciras servicios contra incendios.
  • A las 1:45 se le notifica al Capitán General de Sevilla que la carretera está libre solamente para los coches y demás vehículos oficiales.
  • A las 2:00 de la madrugada anuncia Ayamonte la salida inmediata del guardacostas “V 17” con veinte médicos y material sanitario y quirúrgico a cuya noticia el Alcalde de Cádiz comunica a Ayamonte que suspenda el envío anunciado y que remitan en cambio camiones cisternas, ante el temor de escasez de agua, noticia ésta que se comunicó también a otras estaciones costeras.
  • A las 2:45 Radio Jerez se pone a las órdenes de la estación de Transradio y de El Puerto de Santa María comunican que el vapor “Avellano” atracará en nuestros muelles con personal de zapadores.
  • A las 3:20 Málaga comunica la salida de todos los servicios de que dispone para Cádiz.
  • A las 3:25 el Alcalde de Cádiz comunica al Ministro de Gobernación haberse tomado todas las medidas necesarias para evitar la propagación del enorme siniestro.
  • A las 3:40 el Sr. Sánchez Cossío por medio de las estaciones radiotelegráficas de Vigo y Las Palmas comunica al Gobernador Civil de Cádiz, Carlos María Rodríguez de Valcárcel, que navega en el vapor “Habana” diciéndole que “ante la magnitud del enorme siniestro, he recurrido a todos los medios y medidas necesarias para evitar propagación. Todas las capitales y provincias de Andalucía acuden en nuestro auxilio”.
  • A las 3:45 se transmitió al Gobernador Civil de Huelva un mensaje concebido en parecidos términos que el anterior.
  • A las 4:00 la Comandancia de Marina de Algeciras comunica a la de Isla Cristina que el vapor “Ciudad de Ceuta” saldrá dentro de un cuarto de hora con toda urgencia cargado con agua salada y potable.
  • A las 4:10 Radio Jerez convoca a todos los médicos de aquella localidad para que se presenten en el Hospital de Santa Isabel, al cual se habían evacuado heridos de Cádiz.
  • A las 4:20 el Gobernador Civil de Cádiz ordenó radiar una nota que dice: “El fuego se está sofocando por los auxilios que van llegando de todas las provincias y el gran esfuerzo que realizan todas las autoridades y personal a sus órdenes, que efectúan los trabajos inspirados por un espíritu de caridad y humanidad hacia el pueblo de Cádiz que le está muy agradecido”.
  • A las 5:40 se sabe que han salido de Huelva ambulancias y personal sanitario teniendo preparado un barco aljibe con agua potable para la población civil.
  • A las 6:05 Radio Jerez terminó la comunicación extraordinaria con motivo del siniestro.
  • A las 7:55 salió de Huelva el buque aljibe con seis toneladas de agua potable para Cádiz. El Alcalde de Cádiz pide al Gobernador de Sevilla, urgentemente, equipos de altavoces para dar órdenes desde la Alcaldía.
  • A las 9:00 comenzaron a llegar los barcos de Ayamonte, Isla Cristina y los servicios de ambulancias de Huelva.

Las víctimas

Las víctimas mortales se contaban por decenas. Gran parte de la dotación de la propia Base de Defensas Submarina fue lanzada a gran distancia de sus puestos de guardia. Oficiales y tropa, y algunos de ellos acompañados por sus familias, murieron de inmediato. En los barrios cercanos la población civil sufrió el terrible bombazo que convirtió en escombros sus viviendas.

Durante toda la noche, los heridos hicieron cola en los centros sanitarios. Los hospitales, casas benéficas y farmacias atendían por orden de prioridad a los cientos de heridos que se amontonaban en sus puertas. En las primeras horas, inmersos en el caos, en ningún sitio se llevó la cuenta del número de atendidos. Todo el personal de estos centros se movió con una sola consigna: la emergencia en las curas.

Desde las 10 de la noche, ininterrumpidamente, en el Hospital de San Juan de Dios se atendió a 50 heridos por hora. La gravedad de algunos los hacía irrecuperables. El total de atendidos registrados allí superó los 1200, calculándose la cifra real en 2500. Su plantilla habitual de 3 médicos y 4 practicantes se multiplicó con el auxilio de profesionales llegados de toda la región, pasando a 12 médicos y 40 practicantes, además del cuerpo de enfermeros y enfermeras voluntario que se agregó.

Un primer cálculo de los heridos rozó las 10.000 víctimas, aunque el 80% de ellos era de carácter leve. Oficialmente se cifró el número total de heridos en 5.000, lo que equivale al 5% de la población gaditana en aquellas fechas. Asimismo, se cifró oficialmente el número de fallecidos en 152, aunque según la bibliografía consultada se barajan cifras entre 151 y 155 fallecidos.

En el Hospital Militar se atendieron a 300 heridos, 80 de los cuales quedaron hospitalizados. La situación se agravó ante la falta de fluido eléctrico, lo que provocó que las 60 operaciones practicadas se hicieran a la luz de un quinqué. Los problemas de personal técnico del Hospital de Mora y de la Casa de Socorro, con los pasillos llenos de heridos, se solucionaron con la llegada de médicos de la Armada.

Personal y equipos sanitarios de toda la región llegó aquella misma noche. Desde Sevilla se desplazó un ómnibus con 300 médicos. Desde Lebrija, Utrera, Chipiona, Jerez, San Fernando y Villamartín acudieron médicos y enfermeros. Desde Madrid llegó una avioneta con penicilina. Desde Tetuán, el general Varela envió varias ambulancias y 7 Tm de medicamentos. La demanda de sangre se cubrió con las aportaciones de las enfermeras del Mora y de las donaciones de los marineros del Cuartel de Instrucción, llegando al millar de transfusiones. La Trasmediterránea, tan ligada a Cádiz, puso a disposición de las autoridades todo el material sanitario de los barcos que se hallaban en el puerto.

El transporte de heridos se atendió desde una improvisada jefatura de ambulancias instalada en la Plaza de Toros. También, para evitar el colapso de los centros sanitarios de Cádiz, empezaron a trasladarse heridos a otros centros hospitalarios próximos. Antes de la medianoche empezaron a llegar los primeros heridos a San Fernando, yendo los más graves al Hospital de la Armada, los menos al de San José y los leves a la Cruz Roja. También se enviaron al Hospital de Chiclana y al Hospital Santa Isabel, de Jerez de la Frontera.

En el tiempo en que Cádiz se mantuvo sin luz eléctrica, los médicos se alumbraban con velas y otros medios alternativos durante las intervenciones quirúrgicas. Ante la avalancha de heridos y las profusas hemorragias que presentaban algunos se agotaron las reservas de sangre y las vendas. Algunos médicos, entre ellos Venancio González, Jacinto Maqueda Domínguez, Joaquín Flores y Salvador Ramírez, cuya labor no ha sido hasta hoy lo suficientemente reconocida, trabajaron sin descanso durante cinco días y terminaron agotados y exhaustos. Hay quien, como el doctor Salvador Ramírez, practicó amputaciones sin los medios asépticos aceptables, pero salvando muchas vidas gracias a su experiencia y su denodado esfuerzo. Pero no sólo hay que agradecerles a estos profesionales la dedicación y la profesionalidad que demostraron durante la tragedia sino también la labor de investigación que luego desarrollaron tras analizar los singulares casos que se produjeron en algunos pacientes, como secuelas físicas o psicológicas derivadas de la explosión. Nos remitimos por ejemplo al impresionante trabajo de Fernando Muñoz Ferrer, "Patología de la mujer gaditana durante la catástrofe".

En algunos colectivos la desgracia se cebó especialmente. En el Hogar Provincial del Niño Jesús, prácticamente pegado al lugar de los hechos, fallecieron 25 de los 199 niños que se hospedaban aquel día. También hubo víctimas entre el personal docente y doméstico de la institución.

En los Astilleros fallecieron 20 trabajadores de los cerca de 2.500 que se encontraban ese día en el mismo.

Rescate e identificación de las víctimas mortales

El rescate de las víctimas mortales fue, en numerosos casos, verdaderamente sobrecogedor. En el Hogar del Niño Jesús, donde la catástrofe sorprendió durmiendo a las Hermanas de la Caridad y a los niños de corta edad que se hallaban en ese orfanato en calidad de asilados o expósitos, se extrajeron numerosos cuerpos desfigurados y aplastados, casi irreconocibles. Cincuenta años después del suceso aún se oían relatos de supervivientes que formaron parte de los equipos de rescate, narrando cómo algunos compañeros casi se juegan su propia vida para rescatar de entre los escombros los restos de aquellos niños.

A medida que iban siendo desenterrados, todos los cadáveres fueron trasladados hasta el cementerio de San José, donde se acumulaban en salas carentes de cámaras frigoríficas y donde permanecieron en muchos casos durante dos o tres días, depositados sobre mesas o sobre el suelo. Por allí pasaron numerosos familiares de las víctimas y de personas que creían desaparecidas para reconocer e identificar sus cuerpos. A medida que la identificación resultaba positiva se iban inhumando de forma inmediata, quedando constancia fehaciente tanto en el libro de enterramientos como en las actas que a la sazón instruía el Juez del Juzgado de Instrucción de Cádiz.

Los cuerpos que no habían podido ser reconocidos por sus familiares, el caso mayoritario de los niños de la Casa Cuna por carecer de ellos, tuvieron que ser inhumados sin identificar. No obstante, antes de proceder a ello, las autoridades encomendaron a cuatro fotógrafos de la ciudad, como a Antonio González, que tenía un comercio en la calle Barrié, retratar todos los cadáveres no identificados. De cada uno de ellos se hicieron tres copias: una de ellas se adjuntaba al expediente de la causa civil abierta por el juez, la segunda se exponía públicamente para su identificación y la tercera se guardaba con el cuerpo.

Reparación de daños y rehabilitación

La Explosión del almacén de minas de Cádiz provocó numerosos y cuantiosos daños materiales en edificios públicos, instalaciones fabriles y viviendas. En la zona de extramuros de la ciudad, la más próxima al lugar del siniestro, 40 edificios resultaron dañados de diversa consideración y 174 presentaron daños estructurales; en intramuros no se produjo el colapso total de ningún edificio pero, sin embargo, se vieron afectados unos 2.134 edificios y 36 más sufrieron daños en su estructura. Cientos de personas quedaron sin vivienda y hubieron de ser instalados en campamentos provisionales de refugiados, compuestos por tiendas de campaña cedidas y levantadas por el ejército. Más adelante, estos campamentos serían sustituidos por grupos de barracones de madera, también provisionales y diseminados por varios barrios de la ciudad, que, en la mayoría de los casos, estuvieron ocupados durante años, mucho más allá de lo garantizado por el Gobierno, hasta que se construyeron nuevas viviendas que fueron edificadas cerca de las destruidas.

La Casa Cuna, Hogar del Niño de Jesús, situado en el Barrio de San Severiano, casi frente a la Base de Defensas Submarinas donde se originó la catástrofe, ha quedado reducida a algunos muros que sostienen el armazón calcinado de su techumbre.

Allí murieron varias religiosas de la dotación de la Casa y algunos niños asilados. Sólo un paisaje ruinoso, desolado, donde antes había un magnífico edificio moderno y alegre, rodeado de pintorescos jardines. Todo quedó arrasado. Las pérdidas se calculan en este solo inmueble en más de 3 millones de pesetas. Además de la Casa Cuna, Hogar del Niño Jesús, muchos edificios propiedad de la Diputación de Cádiz sufrieron cuantiosos daños.

En el callejón de Trille, el inmueble propiedad de esta Corporación, en el que está instalado el Reformatorio de Menores, fue totalmente destruido, valorándose las pérdidas en cerca de 250.000 pesetas.

En el Palacio de la Diputación, unido al edificio llamado Casa Aduana los daños alcanzan la suma de 120.000 pesetas. Son también muy importantes los destrozos habidos en el Hogar Provincial de la Milagrosa, donde la destrucción de tabiques, puertas y cristales han sido peritados en cerca de 110.000 pesetas.

El Hospital Psiquiátrico Provincial situado en la entonces llamada Avenida Primo de Rivera, también sufrió mucho daño. Desaparecieron las techumbres y tabiques de algunas dependencias, portajes y cristales, importando la reparación cerca de las 100.000 pesetas.

Igualmente resultó dañada la finca de la calle Rosario Cepeda donde estuvo anteriormente instalada la Casa Cuna, y que ocupaba la Sección Femenina de F.E.T y de las J.O.N.S.

Tampoco escapó de la catástrofe el Balneario de la Palma, cuyas instalaciones estaban siendo renovadas en ese momento.

La Diputación Provincial ha sufrido una pérdida que puede calcularse en muy cerca de los cuatro millones de pesetas. En el mismo edificio que ocupa la Diputación Provincial están instaladas las dependencias del Gobierno Civil, Hacienda y Aduanas, que también sufrieron importantes desperfectos en sus salones interiores. Desaparecieron arcos enteros y partes importantes del artesonado. En el Gobierno Civil quedaron arrasadas las habitaciones particulares.

Pérdidas en las propiedades municipales.

La propiedad municipal resultó seriamente afectada por la catástrofe: los edificios del Asilo de la Infancia y Casa de Maternidad quedaron materialmente destruidos.

El Gran Teatro Falla sufrió también grandes destrozos. Todos los palcos segundos impares resultaron dañados. Las puertas todas, casi sin excepción, fueron desencajadas con todo el armazón violentado hacia el pasillo. En la embocadura y en casi todas las galerías hubo destrozos. Todo el portaje y casi todos los cristales cayeron.

Las demás propiedades municipales han sufrido grandes daños, principalmente en hundimientos de techos, tabiques derribados, portajes rotos y cristales desaparecidos en su totalidad, y entre ellas hay que citar el Grupo Escolar Generalísimo Franco, donde los daños han sido muy grandes, la Casa Capitular, la casa de Socorro de Extramuros, totalmente evacuada, el Museo Municipal, edificio de Bellas Artes, Plaza de Toros, Campo de Deportes Mirandilla, Venta de la Palma, Hotel Playa, Matadero Municipal, Cementerio, Vías y Obras, Grupo Escolar Jaime Balmes, Mercados, Guardería de la Estación, Grupo de San Rafael, Casa del Jardinero Mayor, en el Parque Genovés, Grupos Escolares José Antonio y José María Pemán, Prevención Civil, Audiencia, lonja de Frutas, Cine Municipal, Grupo Escolar José Celestino Mutis, Caseta Meteorológica del Muelle, Escuela de Trille, Grupos de Casas Baratas de Trille y Cerro del Moro y, en general, puede decirse que ni un solo edificio de la propiedad municipal ha quedado sin experimentar daños de mayor o menor cuantía, pudiendo calcularse en bloque todos aquellos en varios millones de pesetas.

Daños en los servicios municipalizados

No escaparon mejor las propiedades de Servicios Municipalizados, donde sufrió cuantiosos daños la subestación de transformación de la Central Obispo, toda la red de la zona de San Severiano, numerosos daños en el edificio que ocupa Servicios Municipalizados, desperfectos causados en las tuberías de agua y daños en ventanas y puertas de todas las estaciones de transformación y centrales.

Todo esto, a parte como es lógico, de la subsiguiente pérdida por cobranza de electricidad y agua en toda la zona siniestrada.

Daños en los Centros de Instrucción Pública

Tampoco los centros de instrucción escaparon del zarpazo. En el Instituto de Enseñanza Media, los daños fueron de tal gravedad que hubo de retrasarse la apertura del curso, La Facultad de Medicina, si bien no sufrió daños muy importantes, se calculó su reparación en una cifra que sobrepasaba a las 100 mil pesetas, Casi todas las puertas fueron destrozadas, y pocos cristales quedaron enteros, se derrumbaron tabiques y sufrieron daños, algunas vitrinas en donde se guardaban los instrumentos de trabajo. Los laboratorios de microbiología y farmacología sufrieron daños importantes, como asimismo el anfiteatro anatómico y la Sección de Ciencias. La Escuela de Comercio también fue dañada si bien con menos violencia, registrándose únicamente algunos derribos de tabiques y la rotura de muchos cristales. De la misma consideración son los destrozos causados en la Escuela Normal del Magisterio Primario.

En las Escuelas de Peritos Industriales y Superior de Trabajo los daños sí han sido considerables. Tabiques caídos, cuarteados; ni un solo cristal, desgajados los amplios ventanales de las clases de taller, sufriendo importantes deterioros el material de enseñanza.

La Escuela de San Severiano, quedó completamente destruida. Sufrieron daños importantes todos los Grupos Escolares de Cádiz sin excepción alguna, como igualmente las Escuelas de los Reverendos Padres Salesianos. Esto en cuanto se refiere a los Centros de Enseñanza Oficial.

Los Colegios Particulares también sufrieron daños de más o menos consideración, puesto que puede decirse que no quedó en la Ciudad ni una casa, que en mayor o menor proporción, no sufriese algún daño, en tabiques, puertas y cristales.

Daños en las iglesias y conventos

Además de la Santa Iglesia Catedral sufrieron considerables e importantes daños, desapareciendo altares, imágenes e incluso paredes y mobiliario, los siguientes templos: Iglesia del Santo Ángel Custodio, Iglesia de Santiago, Residencia de los Padres Jesuitas, Iglesia de San Agustín y Residencia de los Padres Agustinos; Convento de Santo Domingo, Santuario de la Patrona Nuestra Señora del Rosario Coronada. Las pérdidas en esta Iglesia Conventual ascienden a 350.000 pesetas. Iglesia del Carmen, Iglesia del Hospitalito de Mujeres; Capillas del Caminito, del Pópulo, de San Juan de Dios, Carmelitas Descalzas; Iglesia y Convento de las Esclavas; Iglesias de Santa María, de Capuchinos y Carmelitas Descalzas; Capilla de Fray Diego, de la Conversión de San Pablo y de la Divina Pastora; San José y las de San Severiano y la Merced.

Para dar idea de los daños basta una sola cifra: En la Iglesia de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, se han perdido cerca de 2000 cristales.

Otros daños

También quedaron arrasadas y derruidas las principales industrias de la localidad como Gas Lebón y los Astilleros de Echevarrieta y Larrinaga. Las instalaciones militares de la Armada emplazadas en el barrio de San Severiano, origen de la deflagración, también resultaron arrasadas y otros cuarteles militares como los de la infantería, en el cercano barrio de San José, recibieron importantes daños causados por la onda expansiva.

Los establecimientos públicos y privados también sucumbieron a la catástrofe. El Sanatorio Madre de Dios, la clínica del doctor Sicre, la Iglesia de San Severiano (que precisamente estaba siendo edificada), los consulados de Brasil y Colombia, y el Hogar del Niño Jesús, conocido popularmente como la Casa Cuna, entre otros, quedaron reducidos a polvo y escombros aunque parcialmente en pie, lo que logró salvaguardar milagrosamente muchas vidas humanas. El poder destructivo fue tan grande que a la mañana del día siguiente se dieron anécdotas tan grabadas como la de un niño que salió corriendo por las calles de extramuros gritando "¡Ha quedao er Cristo!", al ver que la imagen de un crucifijo había quedado colgado en una de las pocas paredes que se mantenían en pie en la escuela número 3 de San Severiano, donde había perecido su director. Hasta las puertas de la Catedral, en pleno corazón del casco antiguo, se doblaron hacia dentro, como si fueran planchas de cartón, ante el empuje de la onda, y quedaron descolgadas de sus bisagras y con las hojas abatidas.

Por otro lado, las infraestructuras quedaron muy maltrechas, interrumpiéndose todos los suministros básicos y las comunicaciones a excepción del tráfico por carretera hacia el exterior de la ciudad. Los raíles de la vía férrea desaparecieron en un tramo a la altura de la Base de Defensas Submarinas; el tendido eléctrico sufrió pérdidas de postes, que literalmente salieron volando, y el corte de la línea principal en la carretera industrial, lo que produjo un apagón general. La red de suministro de agua reventó, dejando sin abastecimiento a toda la población y lo mismo ocurrió con las líneas telefónicas.

Todos estos servicios de primera necesidad fueron restableciéndose poco a poco. El que más tardó en reponerse fue el agua, teniéndose que emplear durante días barcos aljibe que procedían de Algeciras y Huelva.

Otra necesidad básica que había que cubrir de inmediato era la alimentación de la población afectada que se había quedado sin sus casas y sin medios para vivir y subsistir, casi sin ropa, sin comida y sin alojamiento. Además de la instalación de campamentos del ejército, Auxilio Social abrió las puertas de sus comedores de beneficencia a los damnificados por la catástrofe, de los que se hizo cargo durante largo tiempo. También instalaron otras cocinas al aire libre en las proximidades de esos campamentos, instalados casi en medio de las ruinas.

La Dirección General de Regiones Devastadas se encargó de la reconstrucción de los barrios destruidos y de la construcción de nuevas viviendas para quienes se habían quedado sin hogar. También se haría cargo de la reparación de los edificios públicos y de la construcción de nuevas escuelas. Por desgracia, el ambicioso proyecto de Regiones Devastadas, que había abierto grandes expectativas luego frustradas, quedó en lo más básico y fundamental.

Al margen de la labor estatal emprendida en beneficio de los más desfavorecidos por la explosión se ejerció la puramente solidaria, filantrópica y altruista, coordinada por la Comisión Pro-Damnificados de la Catástrofe. Esta comisión, creada por el reputado General Carlos María de Valcárcel, Gobernador Civil de Cádiz, se encargaría de la recepción y entrega de las ayudas económicas aportadas por personalidades, entidades y ciudadanos de toda clase y condición para quienes habían perdido algo o a alguien en la tragedia, desde Evita Perón hasta el sindicato vertical de limpiabotas de Cádiz, presidido por Juan Aparicio Ramos.

¿Qué sucedió realmente aquella noche?

Pocas horas después de producirse la explosión se inicia un procedimiento judicial con el objetivo de investigar a fondo el suceso y determinar sus causas, sus consecuencias y sus responsables, en medio de un ambiente social aturdido y crispado por el luctuoso acontecimiento y sus secuelas, que reclamaban justicia y reparación. Pero dado lo comprometido del caso y la titularidad estatal del arsenal, la justicia civil es obligada a inhibirse en la justicia militar, imaginamos que argumentando la confidencialidad de la información manejada y la gravedad de los hechos objeto de investigación, que atañen a la seguridad de la nación. En este traspaso de competencias se desvanece el asunto, sobre todo tras declararse el incendio que de manera fortuita calcinó los archivos de la Marina en San Fernando, donde se hallaba almacenada la mayor parte de la documentación. De toda la investigación civil quedó algo, muy poco, en los archivos del juzgado de Cádiz, pero que alberga pocos datos aclaratorios. Quizás la desclasificación de los archivos personales del General Varela aporte algo de luz sobre la oscuridad que hace 60 años se cierne sobre el suceso.

Se afirma que nunca hubo un verdadero interés en aclarar el suceso y que el proceso de investigación se ralentizó y silenció todo lo posible, hasta la publicación de unas conclusiones finales que no satisficieron a nadie: los investigadores de la catástrofe concluyeron que la explosión del almacén de minas Nº 1 ubicado en la Base de Defensas Submarinas de Cádiz se produjo por causas no determinadas aunque ajenas a los explosivos. Este proceso dio lugar al sobreseimiento provisional de la causa, que a la postre sería definitivo, al no estimarse comisión de delito alguno.

A pesar de estas conclusiones, en la calle las versiones eran de muy distinta índole. Algunos achacaban la explosión al mal estado de las minas y las ínfimas condiciones del polvorín, motivo más que probable de la explosión. Sin embargo, otras opiniones vertidas según parece por el bando opositor al régimen hablaban de unos experimentos secretos que técnicos nazis estarían llevando a cabo supuestamente en los laboratorios de los Astilleros de Echevarrieta y Larrinaga, donde se habría producido la explosión. En el lado contrario, los leales al gobierno proponían que se habría tratado de un sabotaje causado por un comando terrorista formado por elementos opuestos al régimen y que, aprovechando la noche, habría accedido hasta el arsenal a bordo de un bote, dejando allí colocado un sistema de detonación retardada. Esta última versión, avalada por varios testigos que dijeron haber visto navegar a ese bote a oscuras por la bahía, se vería apoyado por la explosión de otro polvorín acontecida en Alcalá de Henares en circunstancias similares el día 9 de septiembre de 1947, es decir, veintidós días después de los sucesos de Cádiz. La justicia militar no indagó en esta hipótesis porque de hacerlo supondría aceptar la fragilidad del sistema de seguridad de todo un país y la alta vulnerabilidad de sus polvorines.

Existe una anécdota curiosa aportada por el marinero José Romero Gabarda sobre un incidente relacionado con los fotógrafos que en la mañana del día 19 de agosto se acercaron al lugar de la explosión. Este marinero fue precisamente uno de los que en la noche anterior ayudó al Comandante Pery Junquera a extinguir el incendio del segundo almacén de minas. Según su versión, uno de sus superiores le ordenó impedir a cualquier persona que portara una cámara fotográfica tomar instantáneas de la zona destruida, diciéndole: "Péguele un tiro si es menester". Aunque esto no llegó a ocurrir, sí es cierto que se partieron algunas cámaras.

La noticia en la prensa de la época

Al día siguiente de la explosión, los titulares eran muy confusos, sobre todo a la hora de decir el lugar de donde partió la explosión. El diario ABC de Sevilla, El Correo de Andalucía, y el diario Ya difundieron la noticia de que la explosión se había originado por un fuego provocado en los Astilleros de Echevarrieta y Larrinaga. Poco a poco se fue conociendo la verdad de la tragedia y se lanzaron muchos titulares en la prensa, tanto nacional como extranjera de la época. El Diario de Cádiz siguió al cabo de los días la noticia, publicando todo lo referente a ella, así como el estado diario de los distintos donativos que se estaban recaudando para ayudar a los damnificados. Ni que decir tiene que las noticias sobre la explosión difieren mucho según la ideología del partido al que pertenecía el periódico. Así podemos constatar en la prensa de ideología comunista y socialista que culpan al Régimen del General Franco de todo lo sucedido en Cádiz. Incluso la emisora de radio británica BBC difunde la noticia de que lo sucedido esa noche en Cádiz fue culpa directa de la dictadura, al almacenar minas procedentes de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra Civil en una población civil. La prensa nacional tachó esa noticia de calumnia y hubo algún artículo criticando la opinión británica como un ataque directo a Franco.

También aparecieron noticias sobre la catástrofe en periódicos de Portugal, Argentina, Nueva York, Francia, etc. El gobierno, desde el principio, se preocupó en silenciar o amortiguar el eco de la explosión, ocupando las primeras páginas de los rotativos aquellas noticias que alaben las actuaciones de las autoridades, sobre todo las del propio Franco que en ningún momento llegó a plantearse la posibilidad de trasladarse desde San Sebastián, donde disfrutaba sus vacaciones, hasta nuestra ciudad. Lo haría bastantes meses después, cuando Cádiz empezaba a resurgir de las cenizas. Una buena muestra de la “honda preocupación” de Franco fue el generoso donativo de 50.000 ptas. que hizo para la reconstrucción de la ciudad (en 1943 donó una cantidad 10 veces mayor para los festejos del Milenario de Castilla). Sin comentarios.

En los periódicos se hace continua propaganda de la incesante corriente de solidaridad de toda España para con Cádiz, de la llegada de generosos donativos desde Argentina, de la adopción de la misma por el caudillo, de las viviendas que se construían o que habrían de construirse gracias a la labor de la Dirección General de Regiones Devastadas. Una noticia vino a cambiar la portada y dejó a Cádiz en un segundo plano: la muerte del diestro Manolete el 29 del mismo mes de agosto.

Balance final

La Explosión de Cádiz, acaecida el 18 de agosto de 1947, provocó un número de muertos que se cifraron oficialmente en 152. No obstante, esta cantidad nunca vino acompañada de una relación con sus nombres y apellidos, como habría sido lo deseado. Sólo se publicaron en diferentes medios algunos extractos, listas incompletas, relaciones de cadáveres no identificados con sus correspondientes fotos, etc. Así, por ejemplo, la Mutualidad Siderometalúrgica dio a conocer una relación final con los veintisiete productores de los Astilleros de Echevarrieta y Larrinaga que murieron en aquella fatídica noche del 18 de agosto. Por su parte, la Comisión Pro-Damnificados de la catástrofe elaboró otro listado bastante impreciso con las personas que habían sufrido la pérdida de algún familiar. Un año después de la catástrofe, la Diputación Provincial de Cádiz había confeccionado también una relación casi completa de los niños y las religiosas que sucumbieron en el Hogar del Niño Jesús, conocido popularmente como la Casa Cuna; sólo admitieron su incertidumbre sobre la desaparición de un par de niños de los que no llegaron a aclarar su paradero. De preocuparse un poco más se habrían dado cuenta de que habían sido enterrados con nombre incorrectos. De las sirvientas que atendían a estos niños y de las que perecieron prácticamente todas no dejaron apenas ningún testimonio.

Más “oficialista” fue la relación de fallecidos publicada por la revista “Brisas”, auspiciada por el Gobierno Civil. En ésta figuraban los nombres de ciento dos cadáveres identificados y de otros treinta y dos sin identificar, pero sin alcanzar en absoluto el número total de los fallecidos por la explosión. Además, esta relación es tan poco rigurosa que abunda en apellidos y nombres mal redactados o incluso erróneos.

Un extracto bastante reducido de las víctimas se puede contemplar hoy en una placa expuesta en una de las capillas de la Iglesia de San José de Cádiz, muy próxima al lugar donde se produjo la deflagración, donde apenas constan unos cuantos nombres.

Sorprendentemente, el libro de enterramientos del cementerio de Cádiz, que actualmente ya ha sido clausurado y que pronto será demolido, también incluye un buen número de inexactitudes, inexplicables en algunos casos, que han permanecido sin corroboración hasta nuestros días. A pesar de ello, ha supuesto una de las fuentes más importantes de la investigación.

El Padrón Municipal de Cádiz entre 1946 y 1947 también ha aportado bastantes datos adicionales, aunque cuesta creer que ya en esa fecha los funcionarios municipales encargados de estos registros demostraran tan poca falta de disciplina en sus menesteres: apellidos y nombres mal escritos, domicilios dudosos, entradas duplicadas, cambios de domiciliación sin concretar, etc. Algunos errores son tan elocuentes que no pueden justificarse de ninguna manera.

Tenemos que hablar sobre todo de las listas elaboradas por la investigación de la causa militar correspondiente a la Armada, que han sido verdaderamente las que han motivado este trabajo. El Capitán de Intendencia José Carlos Fernández y Fernández dio a conocer, junto a otros papeles de la misma índole, unas listas de personas fallecidas durante la Explosión de Cádiz de 1947 y que eran el resultado de la investigación efectuada por la Armada sobre el suceso. También se hallaba entre esos papeles el Juicio Contradictorio celebrado para la concesión de la Cruz Laureada de San Fernando al Capitán de Corbeta Pascual Pery Junquera, héroe indiscutible de la catástrofe gaditana a quien sólo se le correspondió con la entrega de la Gran Cruz al Mérito Naval, al no reconocérsele valor heroico sino valor distinguido. Estas listas de Marina, aunque con algunos datos discutibles o claramente incorrectos, son una fuente bastante fiel y próxima a la realidad, aportando un total de ciento cuarenta y siete nombres.

Cincuenta años después del suceso, el periodista gaditano José Antonio Hidalgo Viaña publica el libro titulado "Cádiz 1947. La Explosión", donde al final ofrece otra lista de fallecidos por primera vez completa, en la que fija un balance de 155 víctimas mortales. Este resultado es fruto de un verdadero trabajo de investigación.

Tras analizar todos los documentos anteriores y cruzar entre sí sus datos, otro investigador, José Antonio Aparicio Florido, llega a la conclusión de que en la catástrofe fallecieron 151 personas, es decir, una menos de las que se declararon como cifra oficial de muertos. Esto sin contar la cifra indeterminada de alumbramientos de niños muertos por lesiones traumáticas en los fetos o por partos prematuros que se produjeron en los días siguientes a la explosión.

Al amanecer del día 19 de agosto de 1947, entre los pocos muros que quedaban en pie en la Casa Cuna se halló una pizarra negra medio descolgada donde el día antes de la tragedia una de las monjitas residentes, durante una de sus clases, había escrito el siguiente texto premonitorio:

"Hoy, 18 de agosto. Los progresos de la civilización sólo contribuyen a la invención de armas, que destruyen la Humanidad".


Enlaces

Bibliografía

  • José Antonio Hidalgo Viaña: Cádiz 1947. La explosión. Puerto Real (Cádiz). 1997.
  • José Marchena Domínguez y cols.: Cádiz, 1947: El año de la explosión. Cádiz. 1997.
  • José Luis Millán Chivite: Historia de Cádiz. Cádiz, siglo XX. Madrid. 1993.
  • J.L. Gutiérrez Molina: Capital vasco e industria andaluza. El astillero Echevarrieta y Larrinaga de Cádiz (1917-1952). Cádiz. 1997.
  • José Antonio Aparicio Florido: La explosión de Cádiz de 1947 desde el punto de vista de la Protección Civil. Cádiz. 2003.
  • Cádiz la Mártir. Delegación Provincial de Educación Popular. Cádiz. 1947.
  • Revista Brisas: Número extraordinario dedicado a La Catástrofe de Cádiz. Cádiz. 1947.
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  • Mundo Obrero. Boletín del Partido Comunista de España en Francia. París. 1947.
  • Diario Odiel, Huelva. 1947.
  • Ofensiva. Órgano de las F.E.T. y de las J.O.N.S. Cuenca. 1947.
  • Diario Voluntad. Diario de Falange Española Tradicionalista y de las J.O.N.S. Gijón. 1947.

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